sábado, 3 de noviembre de 2012

La Soledad, por Ylenia Cutillas


En el momento que perdí a mi madre fue cuando más solo me sentí, hasta que un amigo, puede que el único de mi vida, me ayudó.
Cuando tenía tan solo seis años le pregunté a mi madre que por qué yo no tenía un papá como todos mis compañeros del colegio, mi madre me dijo que mi padre era un buen hombre pero que era tan obsesivo que el trabajo lo mató, no me dijo nada más de su muerte sino más bien de lo felices que eran y más aún cuando me tuvieron a mí. Me sentí muy feliz cuando mi madre me contaba todo eso, pero como nunca lo había tenido tampoco lo echaba en falta.
Hoy en día es uno de los pocos recuerdos que me quedan de mi madre ya que cuando cumplí ocho años mi madre murió. Entonces, cuando la vi tirada en el suelo, sentí que el mundo se caía sobre mis hombros. Llamé a la ambulancia, se la llevaron y el chico me dijo que tenía tres días para encontrar a alguien que se hiciera cargo de mí y si no iría al orfanato, y esa noche el chico se hizo cargo de mí, porque yo no tenía nada, solo a mi madre y ella se había ido para siempre.
Al día siguiente en el colegio intenté contárselo a mi profesora:
-Profesora tengo que contarte una cosa muy importante... -dije con una voz muy apagada.
-Si es que no has hecho los deberes dímelo ya, pero no te inventes ninguna excusa -me contestó la profesora.
-Verás ayer... -cuando fui a terminar la frase, la profesora se fue corriendo porque un alumno se había caído.
Cuando fui a pedir ayuda a a algunos de mis compañeros, ninguno quería escucharme, incluso algunos empezaron a reírse. Pero uno de ellos, que era el más callado de la clase, escuchó mi historia.
-No te preocupes, mis padres de ayudarán –dijo muy serio.
Fui con él. Me presentó a sus padres y les dijo lo que me había pasado, así es que me ayudaron y me acogieron en su casa porque eran muy ricos.
Pero a pesar de la riqueza y la cantidad de cosas que ellos me podían ofrecer, mucho más de lo que yo pudiera imaginar, me sentía tan solo porque no tenía a nadie para contarle mis cosas como hacía con mi madre al llegar del colegio.
En casa de él comíamos los dos solos y estábamos solos todo el tiempo, porque sus padres trabajaban mucho. Allí en esos momentos entendí por qué mi compañero era tan callado ya que no tenía amigos y que prácticamente tampoco padres.
Un día no podía más, necesitaba hablar, contar cómo me sentía desde la muerte de mi madre, y cómo me sentía en esa casa. Así que le dije a mi compañero si le era mucha molestia escucharme y me dijo que no. Empecé y le conté que me había criado sin padre, solo con mi madre, que la echaba de menos... Se lo conté todo y sentí un alivio por fin. Entonces empezó a contarme que ese sentimiento que yo tenía de soledad, él lo tenía desde que se dio cuanta de que todo el mundo hacía vida familiar con sus padres y él pasaba los días con su criada, pero ella no le daba cariño ni nada. Ahí en ese momento sentí que él también sentía ese alivio. Desde ese día nos hicimos muy buenos amigos e incluso como hermanos, yo por fin sentía que volvía a tener a alguien a mi lado, y él dejaba de tener esa sensación que le acompañaba desde que era pequeño, la soledad.

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