lunes, 18 de mayo de 2015

La aventura del huevo de oro, por Leila Souf


No llegaba a comprender la locura de esas gallinas, cada cual con sus problemas y sus preocupaciones, personalidades tan distintas y que a la vez se compaginaban y complementaban unas con otras. ¡Qué bien me sentía al verlas así de unidas!

Rocinante estaba organizándolo todo para la próxima salida: el poder del Huevo de Oro.


Cuenta la leyenda que un anciano aldeano siempre había querido tener una gallina y su vecina, al saberlo, le regaló una. La alimentaba cada día de láminas de oro porque decía que en un futuro pondría muchos huevos de oro y le haría el hombre más rico del mundo. El secreto del Huevo de Oro estaba en que solo una generación sabría diferenciarlo de otro cualquiera y la gallina que picoteara sobre él se haría la más fuerte y poderosa que jamás hubiera existido.


Llegaba el momento de luchar, había como unos cincuenta huevos en el gallinero; y tres equipos más de gallinas. Yo sabía que mis queridas gallinitas serían capaces de encontrarlo. 

Rocinante y yo éramos los únicos que conocíamos el secreto. Lo que ellas no sabían era que las unía un parentesco con familia de la gallina del Huevo de Oro y que yo era uno de los gallos de su vecina y por eso tenía conocimiento de la historia. La anciana se había ido al otro mundo, las gallinas, que todavía eran muy pequeñas, se habían quedado solas y como yo era el más mayor, decidí hacerme cargo de ellas.


Tras la dura batalla con las otras gallinas, que serían más de cien, finalmente descubrieron el Huevo de Oro, lo picotearon y así se hicieron extremadamente fuertes. Rocinante y yo les contamos el secreto y se pusieron muy contentas al saber que eran familia.


Yo me casé con otra gallina, tuvimos un hijito y le pusimos mi nombre: James Gallo.


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